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Leona Helmsley. ¿Te parece conocido este nombre? Probablemente no debiera, pues no andabas por ahí cuando ella se volvió famosa, asíquete diré por qué.
Durante la década de 1980 (sí, hubo vida antes de 1990), la señorita Helmsley fue una de las mujeres más ricas de toda Nueva York. Había hecho su fortuna en bienes raíces. Desafortunadamente, también era conocida por todas las propiedades que tenía en los barrios pobres de toda la ciudad. Era dueña de edificios de apartamentos a los que no les daba mantenimiento. Sus apartamentos en ruinas e infestados de cucarachas pronto atrajeron la atención de los inspectores de la ciudad, y tuvo muchos problemas.
Tras las investigaciones del Servicio de Impuestos Internos, Helmsley fue a dar a la cárcel por evasión de impuestos. Alguna vez había bromeado: «Solo la gente corriente paga impuestos», pero descubrió que no estaba exenta. La mayoría de sus empleados la odiaban por cómo trataba a la gente de la clase obrera. Ella realmente la despreciaba.
Muchos que conocían a Helmsley vieron un gran cambio en ella cuando donó varios millones de dólares para ayudara las víctimas de Luisiana por el huracán Katrina. Pero lo que le haya pasado en ese momento no duró mucho. Cuando murió, Leona Helmsley dejó más dinero a su perro Trouble que a sus nietos. Dos de ellos recibieron nada; otros dos obtuvieron cinco tremendos millones de dólares en fideicomiso y otros cinco millones en el acto. ¿YTrouble? Bueno, el pequeño demonio se llevó doce millones de dólares. Aun en su muerte Helmsley fue mezquina!
Por medio de Moisés, Dios dijo a los israelitas que cada tercer año tenían que recolectar una décima parte (un diezmo) de toda cosecha que produjera la tierra. Ese diezmo era para dar a los pobres, las viudas, los levitas (sacerdotes) y a los inmigrantes que vivían entre los israelitas, «para que coman y se sacien en tus ciudades».
En un mundo en que algunos perros viven mejor que muchos seres humanos, es grandioso saber que Dios todavía se ocupa de las necesidades de Su pueblo, toda la humanidad. Estamos en sus manos, y debemos compartir lo que nos da con los necesitados.
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Deuteronomio 25-27
¡A Dios le gustan los “graffiti”! ¿No me crees? Pues compruébalo; Deuteronomio 27: 1-8.