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Todos necesitamos tener un grupo de pertenencia, sentirnos parte de una tribu. Por eso algunos necesitan una «buena» pandilla, aunque «los pandilleros» no porten pistolas o exhiban abultados bíceps. (Mejor cuido mis palabras, pues la mayoría de las pandillas que salen en las noticias son terribles; la Mara Salvatrucha, por ejemplo.) Pero el rey David necesitó una pandilla que lo ayudara a enfrentar a Saúl. De hecho, necesitó un ejército entero para protegerse de la traición del rey.
La Biblia dice que guerreros de las doce tribus de Israel empezaron a desertar para unirse a David en un flujo interminable. No era un asunto trivial, pues Saúl era el rey, Luchar por David significaría la muerte en caso de una derrota. ¡Sin ofrecer excusas o pactar condiciones!
Aparecieron algunos de los hombres más perversos. Había soldados ambidiestros que podían matar a su enemigo con cualquier mano. Los gaditas tenían caras como de leones y podían correr como gacelas. Los hombres de Zabulón enviaron 50 000 fortachones con toda clase de armas de las que había en esa época. Además estaban «los tres»: Joseb Basébet, Eleazar hijo de Dodó y Sama hijo de Agué (2 Samuel 23). Este poderoso trío encabezaba un regimiento de asombrosos luchadores que hubieran hecho cualquier cosa por David.
A esos grandes guerreros los había atraído la asombrosa victoria de David sobre Goliat varios años antes, y por las victorias que consiguiera cuando aún comandaba las fuerzas de Saúl. Pero había una razón principal por la que David era un imán para esos grandes hombres: «El Señor Todopoderoso estaba con él» (1 Crónicas 11: 9). Dios era el imán de David.
No importa lo que enfrentes, debes saber que te has pegado a Dios, ¡y él a ti!
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1 Crónicas 10-12
¿Qué piensas que el autor dio a entender cuando escribió que los hombres de Isacar eran «expertos en el conocimiento de los tiempos, que sabían lo que Israel tenía que hacer» (1 Crónicas 12: 32)?