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Eldrick «Tiger» Woods. El jugador de golf más joven que alguna vez ganó 50 torneos, los cuatro Majors, y trece de estos. Fue el número uno por más semanas consecutivas que cualquier otro golfista. Decían que era el mejor de la historia. Se embolsaba más de 100 millones de dólares anuales. Claro, luego echó todo a la basura cuando en 2009 admitió que le había sido infiel a su esposa, ¡con varias mujeres! Adiós fama, respeto, halagos y, sobre todo, patrocinadores millonarios.
Antes de la gran decepción, Tiger parecía cumplir el sueño de su padre, Earl. Este amaba el golf y jugaba en cada oportunidad que se le presentaba. Cuando Tiger era poco más que un infante, su padre adaptó la cochera de la familia como un lugar para practicar el tiro, e instaló una red para detener las pelotas.
El pequeño Tiger observaba cómo su papá golpeaba la pelota una y otra vez, y pronto quiso intentar. Su padre recortó un palo de golf para que su hijito pudiera darle golpes a la pelota. Tiger Woods no tenía un año de edad.
Cuando Tiger cumplió cuatro años, su padre le consiguió un entrenador. Él lo enseñó a jugar. Para ayudarlo a concentrarse, el papá de Tiger se paraba quieto como un árbol frente a él, y lo desafiaba para que pasara la pelota por sobre su cabeza. (De seguro al Señor Woods le salió más de un chichón.) El papá hacía mucho ruido cuando Tiger usaba el putter, y hacía rodar pelotas de golf en su línea de visión. Todo eso fue el origen de la famosa concentración de Woods al jugar.
De adolescente, el joven Eldrick empezó a derrotar a golfistas experimentados. Tiger más tarde llegó a dominar la tabla de posiciones de los golfistas aficionados, y en su primer año como profesional arrasó en el Masters. Nunca lo hubiera logrado sin la ayuda de su padre.
Earl Woods falleció en 2006. Se esforzó bastante al preparar a su hijo tanto psicológica como espiritualmente. ¿No crees que lo habría decepcionado muchísimo saber que su hijo iba a arruinar tantos esfuerzos, precisamente por indisciplina?
Dios quiere que seamos lo mejor que podemos. Para lograrlo, debemos someternos a la disciplina de su Palabra. Debemos obedecer las leyes de Dios, y confiar en su plan para nuestras vidas.
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