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Larry Bird, el gran jugador de basquetbol de los Celtics de Boston, también era un gran bocón: «Voy a ganar el partido con mi siguiente tiro», decía mientras fulminaba con la mirada a un indefenso oponente. «No dejen que reciba el balón, porque si lo tengo, entonces se acaba el partido». Casi siempre, lo que Larry decía, lo cumplía. Bird era un bocón, pero tenía con qué presumir.
En el mismo equipo había otro jugador que, como el afamado Larry, tenía una boca muy grande. Se trataba de M. L. Carr. Ya sé, apenas tienes idea de quién es Larry Bird, y ahora te estoy hablando de M. L. Carr. Pero créeme, ya conoces a un M. L. Carr, solo que no al que jugaba con Bird.
Carr hablaba más que cualquier otro jugador en la cancha, pero su juego era menos que mediocre. Así que casi siempre hablaba desde la banca; se pasaba «calentándola», como se dice por ahí. Si vas a decir que eres el mejor, por lo menos tienes que jugar bien.
Jananías es uno de los M. L. Carr de la Biblia. Tuvo la mala fortuna de ser un profeta en la misma época que Jeremías. Las peleas entre profetas no son muy comunes en la Escritura, pero estos dos grandes oradores estuvieron a punto de llegar a los golpes un día en la corte del rey Sedequías.
Jananías había dicho al pueblo que en dos años, el rey Nabucodonosor devolvería todos los artículos valiosos que había tomado del Templo del Señor y liberaría a Judá. ¿Cómo lo supo? Dios se lo había dicho; bueno, según él. Dicho mensaje sonaba muy bien y el pueblo estaba encantado de escuchar buenas noticias. Pero había un problema. Era total y completamente incorrecto. Dios no le había dicho algo a ese falso profeta.
Jeremías sabía que una dosis de verdad podía curar a Jananías y al pueblo de Judá de sus fantasías. Era imposible que Israel escapara de los 70 años de cautiverio que Dios había decretado. Un montón de mentiras no cambiaría esa realidad. Jeremías dijo a Jananías que, por sus mentiras, moriría ese mismo año. Siete meses después, Jananías estiró la pata.
Jeremías caminó y habló con Dios. Jananías solo fue un bocón.
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Jeremías 28-30
Nota cómo Dios consuela a su pueblo mientras lo corrige, Jeremías 29: 4-10.