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Los versículos 27 y 28 de Jeremías 46 me hacen recordar por qué amo a Dios con todo mi corazón. También traen a mi memoria algo que pasó hace muchos años en Sudáfrica. Durante largo tiempo, el gobierno de Sudáfrica practicó una forma de racismo institucional llamado apartheid. Las leyes de dicha forma de racismo se promulgaron para proteger y extender el poder de la minoría «blanca» sobre la mayoría «negra» nativa. Los negros quedaron amontonados en áreas marginales denominadas «villas miserias», que en otros países se llaman «pueblos nuevos» o «cantegriles». No eran considerados ciudadanos.
Cualquiera que protestara en contra de esas leyes injustas, se enfrentaba a la prisión y la muerte. En 1960 sucedió uno de los tantos hechos infames, cuando un grupo numeroso de negros rehusó usar los pases requeridos para viajar en transporte público desde sus «hogares». El gobierno declaró un estado de emergencia, por lo cual las autoridades pudieron reprimir brutalmente a los rebeldes. Cuando terminó el «estado de emergencia», que duró 156 días, había 69 personas muertas y 187 heridas. Estas escenas tan desagradables se repitieron durante 30 años, hasta que se terminó el apartheid.
Cuando Nelson Mandela fue elegido en la primera elección presidencial multirracial de la nación, se encontró con un dilema. Podía buscar a los que lo habían encarcelado durante 28 años mediante acusaciones falsas, podía vengarse de los que mataron a muchísimas personas, o podía hacer algo para sanar a su nación. Mandela decidió trabajar en favor de la sanidad de Sudáfrica.
Nelson Mandela ayudó a desarrollar la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que tenía leyes muy simples. Si los que habían hecho algo malo confesaban y decían la verdad, recibirían el perdón. Esto permitía que los sudafricanos que habían perdido a sus seres queridos supieran cómo habían muerto realmente. También permitía a los sudafricanos blancos limpiar sus culpas de los crímenes cometidos. Ninguna otra nación había hecho antes algo así, pero funcionó. Este sistema ayudó a que Sudáfrica sanara. Nelson Mandela demostró que hasta los más culpables necesitan redención.
Los seres humanos somos muy buenos para castigar, pero terriblemente malos para perdonar. ¡Sin embargo, Dios hace ambas dos cosas a la perfección!
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