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En enero de 1999, la revista In Touch publicó esta poderosa historia:
Cleveland Stroud fue el entrenador del equipo de basquetbol Blue Collar Bulldogs durante más de 18 años antes de que llegaran a ganar el torneo estatal. Stroud recuerda que aquella fue «la noche perfecta», «la noche de los sueños». Sus triunfantes jugadores, con sus orgullosos padres, llevaron en hombros al entrenador por todo el gimnasio. Al día siguiente, su fotografía salió en la primera página del diario local. Pero la celebración no duró mucho.
Dos meses después del campeonato, durante un chequeo rutinario de las calificaciones de los jugadores, Stroud descubrió que uno de ellos era académicamente inelegible. El chico había jugado solamente 45 segundos durante las eliminatorias. Stroud dijo: «Pensé que todo se había echado a perder. Estuve muy deprimido». El entrenador tenía ante él un gran dilema, pero su compromiso con la integridad lo llevó a tomar la decisión correcta. «Ganar es lo más importante para cualquier entrenador —dijo Stoud-. Sin embargo, los principios tienen que ser más altos que las metas». Informó del error a la liga de basquetbol y los Bulldogs perdieron su título de campeones. Cuando el equipo lamentaba lo sucedido en los vestidores, el entrenador dijo: «Siempre hay que ser honestos, hacerlo correcto y seguir las reglas. La gente olvida el marcador de un partido, pero nunca el material del que estamos hechos».
La gente no olvida el material del que estamos hechos. El autor del libro de Hebreos estaría de acuerdo con las palabras del viejo entrenador. Él, o ella, no quería que los creyentes judíos compararan a Jesús con los sacerdotes que sirvieran a sus antepasados. No solamente vino Jesús del cielo, sino que experimentó más dolor, tentaciones, sufrimiento y agravios que cualquier otro ser humano. Jesús se llevó consigo esta experiencia al cielo, y aún lo conmueven nuestras debilidades.
Jesús todavía tiene la cicatriz de la crucifixión en su costado. Aún tiene las marcas de los clavos que atravesaron sus manos. Cada vez que sufrimos, sus manos tiemblan y sus pies sufren. Nadie nos entiende como Jesús. Nadie hay como él.
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Hebreos 4-6
¿Crees que Dios haya dado algún «descanso» a Jesús mientras estuvo aquí en la tierra? Hebreos 5: 8, 9.