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Cuando Dios comenzó a crear el mundo, el primer día simplemente dijo: «Que haya luz», y según el relato bíblico de la creación, «hubo luz». Dios habló, y apareció la luz.
La luz está compuesta de todos los rayos de colores. Si consigues un prisma (algún objeto de vidrio de tres lados), puedes usarlo para separar la luz en sus diferentes colores. Es así porque Dios creó cada color con una amplitud de onda diferente a medida que viaja por el espacio.
La luz viaja a casi 300 000 kilómetros por segundo. ¡Qué rapidez! Son más de un millón de kilómetros por hora. Debido a la enormidad del espacio, los científicos miden las distancias en años luz, no kilómetros. Un año luz es la distancia que recorre la luz en un año.
La extensión del cielo es tanta (la discutiremos mañana) que aun si Dios apagara los rayos solares, nos quedaría luz durante ocho minutos y veinte segundos. Verás, la luz tarda 500 segundos para llegar desde el sol hasta la Tierra. La luz recorre como diez mil billones de kilómetros en un año, lo cual nos resulta muy difícil comprender.
La luz es de suprema importancia para toda la vida en la Tierra. Sin luz, la mayoría de las plantas no puede crecer. Con el tiempo, los humanos han creado luz artificial en forma de lámparas de aceite, velas, lámparas de queroseno, cerillos y focos, pero solamente Dios pudo crear la luz que alumbra el universo.
No podemos entender cómo, pero Dios habló, y hubo luz, con todas sus ondas de colores. El plan de la creación tenía un orden divino, y la luz fue la primera. ¡Qué alegría que nuestro Dios de amor pensara con anticipación cómo lograr que sus hijos e hijas disfrutaran el mundo exterior! Nos dio la luz para que podamos ver. Agradécele por la luz que te ha dado.