|
Me gusta la nieve. Me agrada despertar en las mañanas después de una nevada nocturna, para ver el paisaje cubierto de nieve. Qué belleza. No me gusta ver las huellas de personas o animales, que descomponen el panorama, pero cuando ya está así, lo disfruto a solas.
No sé si nieva en el lugar donde vives. Tal vez hayas visto que después de un rato, la nieve se ensucia. Pero cuando vuelve a nevar, todo vuelve a quedar blanco y limpio. Ya no se ve la suciedad. Es una escena maravillosa y pintoresca. Aunque jamás hayas experimentado una nevada, creo que de todos modos podrás imaginar cómo es.
En el texto de hoy, Dios habla por medio del profeta Isaías. Dice: «Han pecado y yo lo sé. Me han desobedecido, pero aún los amo. Vengan, vamos a platicar del asunto». ¿Tu mamá o tu papá te han dicho alguna vez algo así? En tal caso, habrás hablado con ella o él. Es exactamente lo que Dios dice: «Vamos a platicar». Desde que el pecado entró a este mundo, no podemos hablar con Dios cara a cara, así que usamos el método de la oración. Contamos a Dios nuestros problemas. Le decimos qué nos hace felices y confesamos nuestros pecados. El apóstol escribió: «Si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad» (1 S. Juan 1: 9).
Todos hemos afeado nuestras vidas con el pecado. Jesús acepta nuestras confesiones y con su manto de justicia, cubre esos feos pecados y vuelve a dejar limpias nuestras vidas. Quedamos limpios del pecado. Así funciona exactamente el plan divino de salvación. Metemos la pata. Dios limpia el desastre.
Es la promesa que Dios da en el texto de hoy. Hazla tuya hoy en tus oraciones.