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El lago Titicaca es de lo más inusual. He contemplado con asombro este lago en las tierras altas de Perú y Bolivia. Se localiza a 3812 metros sobre el nivel del mar y es, hasta donde sé, el lago navegable más alto del mundo. Una vez tuve la oportunidad de cruzar este lago en bote durante la noche. Salimos de Puno, Perú, a las ocho, y llegamos a Bolivia a las siete de la mañana.
La hermosa agua azul de este lago es muy cristalina. Puedes verlo que hay bajo el agua a mucha profundidad, si no te estorban las plantas. En el lago crece una gigantesca totora, y en una zona donde es prevalente, los indígenas uros han construido islas flotantes de raíces de totora compactas. Sobre estas islas han edificado casas y también han fabricado botes para transportarse, todo del mismo material. Durante muchos años la Iglesia Adventista del Séptimo Día quiso hacer obra entre los uros, pero resultó imposible, porque no confían en los desconocidos. Pero un día confiaron en algunos de nuestros miembros, y nos permitieron construir una linda escuela de metal entre sus islas de totora. El clima desgastó la escuela original, así que Maranatha International fue con sus voluntarios y construyeron una más sólida hace años.
Hay peces muy grandes en el lago Titicaca. El agua es muy fría, pero los peces prosperan. La más conocida quizá sea la trucha arcoíris, un enorme pez con piel anaranjada brillante. Cuando la gente prepara este pez para comerlo, lo corta en largos filetes, que a veces son tan grandes como el plato. Estos peces son sabrosos y ricos en proteína para los indígenas de las tierras altas. Sus huesos también son muy grandes.
Como el lago Titicaca es tan enorme, los vientos pueden generar olas tremendas, y muchas vidas se han perdido en las tormentas que se desatan en este lago. Eso me recuerda cómo Jesús calmó el mar de Galilea; calmará las tormentas en tu vida se lo pides.