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Si estudias todas las especies de perros que hay en el mundo, no encontrarás al perrito de la pradera, porque no es un perro. Es una ardilla. Los indígenas norteamericanos escucharon los agudos ladridos de los perritos de la pradera y pensaron que eran perros; de ahí su nombre. Lewis y Clark, en sus informes de las exploraciones del oeste, los llamaron «ardillas ladradoras».
Los perritos de la pradera no viven en árboles, como tantas otras ardillas, sino en agujeros en el suelo. Sus madrigueras descienden tres metros o más y luego van horizontalmente. La entrada al túnel es vertical, pero puede tener un pequeño borde justo bajo la superficie del suelo. El perrito de la pradera puede ponerse ahí y escuchar si hay peligro, justo antes de salir.
Estos perritos de las praderas miden hasta 40 centímetros de largo y son de color pardo amarillento. Una colonia de perritos de la pradera puede consistir de montículos de 30 centímetros de altura cada uno a 7 o hasta 22 metros de distancia. Se ha informado que una colonia tenía una extensión de casi 73 metros de largo y 30 de ancho, que contenía unos 400 millones de perritos. ¿Puedes imaginar el ruido que hacían cuando todos ladraban?
Varios centinelas vigilan desde sus respectivos agujeros para advertir el peligro. Cuando ven un búho, halcón, coyote u otro enemigo que se aproxima, emiten la alarma con un ladrido o serie de ladridos, hasta 40 por minuto. Todos los residentes de la colonia huyen a sus agujeros para protegerse. Cuando ha pasado el peligro, los centinelas ladran para anunciar que todo está bien.
Como cristianos, tenemos que advertir a nuestros amigos de los peligros del pecado y tratar de salvarlos del enemigo. Jesús nos dijo que amáramos y cuidáramos al prójimo. Quizá hoy tengas un(a) amigo(a) que necesite tu ayuda. Pide a Jesús que te ayude a ser buen centinela y emitir la alarma para tu amigo(a) cuando veas que se aproxima al peligro de pecar. Jesús te ayudará.