|
Desde que era muy pequeño yo quería tener un caballo, pero hasta que entré a la secundaria mi familia siempre vivió donde no había lugar para guardar uno. Al final, nos mudamos a una granja donde teníamos espacio suficiente. Una y otra vez le recordé a mi padre que quería un caballo, pero siempre me decía:
-No podemos costearlo, hijo.
Un día cabalgaba con uno de mis amigos sobre su caballo, y pasamos por la granja de nuestro vecino soltero; trabajaba en su jardín junto al camino. Cuando vio que los dos muchachos íbamos en un solo caballo, levantó la vista y dijo:
-Oigan, tengo un caballo que me gustaría vender. Si lo compraran, no tendrían que ir los dos en uno solo. Se llama Bach. Pido diez dólares nada más.
Le respondí que le preguntaría a mi padre. Como supondrás, en cuanto él llego en la noche le mencioné a Bach. Él me respondió que sí podíamos pagar ese precio, así que fuimos a casa de nuestro vecino. Además de comprar a Bach, mi papá compró dos conjuntos de arneses, una grada, un arado manual pequeño, y otras herramientas, todo por 20 dólares.
Me emocioné al colocar la brida a Bach y montarlo para volver a casa. El único problema era que Bach tenía una rodilla tiesa, así que no podía correr. Aunque no era perfecto, por fin tenía mi caballo. Era un caballo de trabajo, no de silla, pero a mí no me importaba. Papá le colocaba el arnés y le sujetaba la grada o el arado, y Bach trabajaba tan bien como podía. En todo lo que mi padre quería que hiciera, se esforzaba al máximo, aunque no era tan veloz como un trabajo con cuatro patas sanas. Aunque solamente era un caballo, Bach me enseñó muchas lecciones.
La lección que más importante fue para mí fue hacer bien mi trabajo, sin importar cuál fuera. Mi papá también ayudó a que esa lección se me quedara grabada. Es un consejo de Dios, hacer bien todo lo que tengamos a mano. Pide hoy que te ayude a hacer bien todo lo que necesites hoy.