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Un consejero de campamento quería enseñar a sus campistas una lección espiritual sobre el amor perdonador de Dios. Subió a su unidad de chicos a varias canoas, y remaron por el lago hacia el punto que el consejero había oído que era el más profundo. Pidió a los chicos que pusieran las puntas de sus canoas en círculo alrededor de ese sitio. Luego de que ataron las canoas, el consejero comenzó su sermón.
-Muchachos, estamos sobre la parte más profunda de este lago. Me dicen que tiene dieciocho metros de profundidad. ¿Saben?, leí que en la fosa de las Marianas cerca de la isla de Guam, en el océano Pacífico, hay un lugar que tiene once kilómetros de profundidad. Once mil metros. La Biblia nos dice que Dios arrojará nuestros pecados a las profundidades del mar. Piénsenlo: si Dios literalmente arrojara nuestros pecados al agujero más profundo del océano, estarían once mil metros bajo el agua. ¿No les parece increíble?
»Aquí en la mano tengo una piedra. Finjamos que contiene nuestros pecados. Los invito a confesar a Dios un pecado que les gustaría eliminar de su vida ahora mismo. Luego pediremos a Dios que se lleve esos pecados. Arrojaremos esta piedra, que representa nuestros pecados confesados, a este lago, y se hundirá dieciocho metros.
Cada uno de los niños confesó un pecado, o dos, del que deseaba deshacerse, y después de una oración, la piedra cayó al agua.
-¿Pueden ver la roca, chicos? -preguntó el consejero.
«No», fue la respuesta.
-Ese es el significado, muchachos, de la promesa de Miqueas 7: 19. ¿No les alegra que sus pecados hayan quedado perdonados? Ahora cantemos «Cristo me ama».
Cuando tienes pecados en tu vida de los que te quieres librar, basta con que los confieses a Jesús y le pidas perdón. Él te perdonará y, en todo sentido figurado, los arrojará a las profundidades del mar. Pídele, cuando mañana comiences un nuevo año, que te ayude a iniciar con una vida limpia.