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Fe

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Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto, no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. Isaías 50:7.

Todo estaba perdido para Chungura, pero no para Dios. I Este hombre habita en el desierto de Kalahari, tiene más de 70 años, y es cristiano. Desde que conoció el mensaje adventista se afanó por predicar, pero no ganaba conversos. Una noche Chungura tuvo un sueño en el que se veía golpeando una roca con un pico, pero la herramienta rebotaba. De pronto, vio un ángel a su lado y oyó una voz que le decía: “Sigue golpeando". Él golpeó otra vez, y comenzaron a salir fragmentos de la roca.

Cuando despertó, Chungura se dirigió a su aldea para predicar. Ahí se encontró a unos hombres armados que iban a rescatar una vaca de las garras de un leopardo. Con tal de compartirles el evangelio, se unió a ellos, aunque iba desarmado. Cuando la hallaron, la fiera estaba subiendo la vaca a un árbol. Chungura se adelantó, avanzando contra el viento. El leopardo advirtió la presencia de Chungura, y este hizo una seña a sus compañeros para atacar, pero no hubo respuesta. Todos se habían ido. Sabían que una fiera es más feroz cuando está comiendo.

El animal se abalanzó sobre el intruso y lo aferró del cuello. Entonces Chungura, quien jamás había peleado, y temía a los animales más pequeños, sintió que una gran fuerza lo invadía, y poseso de un valor temerario, se trabó en lucha mortal con la fiera. Entre tanto, los hombres entraban en la aldea, comentando la muerte de su amigo.

Esa tarde, un hombre ensangrentado entró en la aldea, arrastrando el cadáver del leopardo. Era Chungura. Entonces los lamentos se convirtieron en gritos de júbilo. Todos corrieron hacia él para tocarlo y asegurarse de que no estaban soñando. Y escucharon el evangelio.

Escuché contar esta historia al pastor Robert Costa, y aunque desde entonces han pasado muchos años, nunca la olvidé. Por predicar el evangelio, el cristiano está dispuesto a todo; porque, por salvarlo, su Maestro estuvo dispuesto a todo. Cristo no se avergonzó de ti ni tuvo miedo de salvarte, y cuando le espantó la idea de separarse para siempre de su Padre al llevar tu pecado, de todos modos, llevó tu cruz. Amalo y sírvele con amor, con valor, y a veces con miedo, pero sin vacilaciones.

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