|
Los amigos de Daniel eran los “DREAMers” de Babilonia, pero en vez de respetar sus derechos humanos, el rey Nabucodonosor los desconoció. Ya Ananías, Misael y Azarías habían estudiado en la Universidad de Babilonia, la Harvard de aquel tiempo, y habían aprobado el examen más riguroso. El mismo Nabucodonosor, quien poseía una vasta cultura, los examinó y los halló diez veces mejores que los estudiantes nacidos en el reino. Ahora trabajaban para él.
Un día, a Nabucodonosor se le ocurrió una idea a la medida de su orgullo: una estatua imponente.
La estatua medía treinta metros de alto y tres de ancho, y era de oro. El día de su develación habría fiesta. El rey mandó llamar los músicos de la corte, reunió a los cortesanos, convocó al pueblo, y los amenazó con la muerte si no se postraban ante la imagen.
Los “DREAMers” de Judea estaban en aprietos. Ellos no adoraban imágenes. El Dios vivo que siempre estaba con ellos lo prohibía. Postrarse ante imágenes o estatuas era un grave pecado. Ellos estaban ahí a causa del abominable pecado de idolatría en que cayeron muchos reyes, sacerdotes y ciudadanos judíos. En el exilio, debían aprender a aborrecer a los ídolos por cuya causa estaban sufriendo bajo sus amos paganos, y ahora el rey quería que se postraran.
Cuando llegó el momento, develaron la estatua, sonó la música y todo el mundo se postro, menos los tres jóvenes judíos. Unos envidiosos cortesanos fueron al rey con la noticia del desacato, y este urgió a los muchachos a obedecer o morir. Los “DREAMers” que esperaban el respeto de sus derechos estaban en una encrucijada. Si obedecían la orden real serían recompensados. Si desobedecían al rey para obedecer al Rey del universo, perecerían en el horno prendido al rojo vivo. Los jóvenes no titubearon, se decidieron por su Dios, y cuando los echaron al fuego, Jesús descendió a protegerlos. El rey los vio caminar entre la lumbre, y vio también a Jesús, de quien dijo que era como Hijo de los dioses. Enseguida los llamó a salir del horno y el sueño de los jóvenes se cumplió: Nabucodonosor exaltó al Dios de los hebreos.