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Tal como había sido anunciado, hubo siete años de abundancia y siete de escasez. Pero José había cobrado la quinta parte de las cosechas durante los siete años de abundancia (Gén. 41).
El Faraón estaba feliz. Sus sueños se habían cumplido. ¿Cuándo se cumplirían plenamente los sueños de José?
Un día, diez hombres provenientes de Canaán llegaron a Egipto a comprar grano y se postraron ante Zafnat-panea. Eran los hermanos de José. Lo mejor de sus sueños había llegado, pero ¿habrían cambiado sus hermanos? ¿Habrían eliminado a Benjamín, el hijo menor de su madre? Decidió probarlos. Dios también lo estaba probando a él. ¿Se vengaría José de quienes lo vendieron por envidia?
Primero José quiso saber si Benjamín estaba vivo. Retuvo a Simeón en Egipto y envió por Benjamín. Cuando lo trajeron, probó de varias maneras para ver si le guardaban celos, dándole un trato especial, luego amenazando que lo retendría en Egipto. Pero sus hermanos habían cambiado. José les reveló su identidad y explicó que aún quedaban.
Cuando José se enteró que la caravana de Jacob se acercaba a Egipto, fue a su encuentro. Cuando padre e hijo se fundieron en un abrazo, y sus hermanos lo reverenciaron, José comprendió por qué Jehová no intervino para librarlo de sus aflicciones, y les entregó la mejor tierra (Gén. 42-46).
José fue grande doquiera la maldad lo arrojó. Cuando prosperó, aferro con más fuerza la mano divina. Además, José fue un tipo de Cristo. Ambos tuvieron familias singulares, fueron hostigados por sus hermanos y vivieron en Egipto. Ambos fueron separados físicamente de su padre, Cristo del Padre celestial cuando se humanizó. Fueron calumniados, vendidos y encarcelados. Ambos hablaron con reyes, y tuvieron compasión de sus hermanos. Ambos fueron exaltados: José al poder egipcio, Jesús al poder celestial que tuvo antes de encarnarse. Ambos proveyeron alimento para su pueblo: José acumuló las cosechas, Jesús multiplicó los panes y los peces, y además hizo provisión eterna para la humanidad, ahora y por siempre.