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Victoria

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Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino. Salmo 18:32.

David se hallaba a la entrada de la cueva de Adulam una tarde, cuando lo atacó la nostalgia: “Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta!" (2 Sam. 23:15).

Tres de sus valientes soldados alcanzaron a escuchar el susurro apasionado de su comandante. No se echaron en tierra a llorar con su jefe, al contrario, se apresuraron hacia Belén.

En Belén, los centinelas filisteos estaban aburridos. De pronto se oyó un silbido de flechas y cayeron dos centinelas, luego el repentino ataque con espada, la sangre pagana mojando la tierra, y el silencio. Los tres valientes habían llegado. Se arrastraron hasta el pozo y extrajeron el agua para su comandante.

Cuando David recibió el odre, ¡se olvidó de la sed y de la vida idílica en Belén! Admirado ante el valor de esos hombres que le habían traído el agua, se sintió indigno de ella. El agua valía la sangre de sus héroes, a ese riesgo había sido conseguida. Entonces dijo: “Lejos sea de mí, oh Jehová, que yo haga esto. ¿He de beber yo la sangre de los varones que fueron con peligro de su vida?" (vers. 17).

David consideró un sacrilegio beber el agua del heroísmo; la ofrendó al único que ahora la merecía. Con igual solemnidad a la de un sacerdote en el Santuario, alzó el odre y, dando gracias a Jehová, derramó el contenido sobre una roca.

Así transcurría la vida del varón de Dios, entre la espada hebrea y la filistea, entre la infamia y la solidaridad. En el yunque de la persecución el Dios de Israel siguió forjando ese carácter prototipo del Mesías. Continuaron los golpes de la persecución de Saúl hasta que el rey fue derrotado por los filisteos en Gilboa.

Un día luminoso, mientras David se hallaba en Hebrón, los hombres gritaron su nombre, las mujeres desempolvaron los panderos, y lo llevaron en hombros hasta el trono. Entonces vino la gloria. Y David fue de victoria en victoria, ciñendo corona tras corona de los reyes vencidos.

Perseveremos en la fe y en la obediencia, peleemos las batallas del bien, y triunfemos con Dios.

 


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