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Álvaro Yunque escribió este cuento moralista:
El mono agarró un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
—¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo. Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno le creyó, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.
Los contemporáneos de Jesús eran como los monos. Habían hecho una Cobra maestra” de la religión: el legalismo. Confiaban en sus obras, y pensaban que podían ser salvos por herencia genética, pues eran hijos de Abraham, el padre de la fe. Como si Dios tuviera nietos.
Pensaron también que podían ser salvos por el conocimiento. La gente les creyó, pero Uno que sabía volar, pues venía de los cielos, le hizo ver a toda esa gente que la obra de arte del judaísmo no era más que un montón de huesos bajo un mausoleo. No le creyeron, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.
Dios tuvo en aquellos tiempos a un pueblo: Israel. Pero Israel dejó de ser el pueblo de Dios porque le hizo un monumento al legalismo. Tuvo después una iglesia, la cual llegaría a ser la Iglesia Católica. Pero esta hizo monumentos a la política y a los santos. Dios le dio tiempo, pero no se arrepintió (ver Apoc. 2:21), y la desechó. Hoy Dios tiene a la Iglesia Adventista como su pueblo remanente. No le hagamos monumentos a nada. Tenemos a Cristo. Él es todo suficiente.
Somos de la tierra, pero debemos aprender a volar por fe.