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Juan Comodoro, buscando agua encontró petróleo, pero se murió de sed --así cantó Facundo Cabral.
Hace veinte siglos Jesús lo dijo en estas palabras: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Luc. 12:15). Pon atención a estas palabras si naciste en un país rico: Si estuvieras en la espesura del Amazonas, donde las tabletas electrónicas no sirven cuando la anaconda se desliza hacia tu choza o te persigue un cocodrilo, ya sabes que la vida vale más que todo. Si no te importa dónde ni cómo te entierren cuando mueras, eres más sabio que quienes compran terreno, ataúd y seguros de muerte que el comercio llama “seguros de vida”.
Dios nunca prometió hacer rico a su pueblo, lo que prometió fue hacerlo próspero. Prosperidad es tener lo básico en cantidad suficiente para ti y para compartir: paz, amor, familia, alimento y vivienda.
Aunque no tuvo donde recostar su cabeza, Jesús no se acomplejó. Viajaba con lo que tenía, las nueve virtudes que San Pablo dijo a los gálatas que el Espíritu produce: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benignidad, fe, mansedumbre, templanza (Gál. 5:22, 23).
No es lo que tienes sino lo que eres lo que realmente vale. Si Jesús se hubiera puesto a guardar y a cuidar lo que la gente le ofrecía, se hubiera quedado paralizado, rodeado de cosas, como viven hoy en los países ricos los que tienen la manía de acumular.
El rey Midas fue codicioso. Le pidió a Dionisio que le diera la facultad de convertir en oro lo que tocara, pero pronto se arrepintió. Andaba tocando todo para tornarlo en oro, pero su hija corrió a abrazarlo. Fue a pedirle a Dionisio que le quitara ese poder.
Sí, amigo, la codicia y la avaricia te pueden llevar muy lejos, hasta el fondo del abismo, donde tú, solitario y enajenado, lejos de tu familia, de tus amigos y de tu legión de enemigos, vivirás de rodillas ante el dios dinero, esclavizado y miserable en medio de la abundancia.
Si prosperas, alégrate y comparte.