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" El 14 de mayo de 1851, vi la hermosura y amabilidad de Jesús –escribió Elena G. de White, y añade-: Al contemplar su gloria, no se me ocurrió pensar que pudiera verme separada alguna vez de su presencia. Vi una luz proveniente de la gloria que circuía al Padre, y cuando se me acercó la luz, mi cuerpo se estremeció y temblé como una hoja. Creí que si llegaba a mí perdería la existencia; pero la luz pasó de largo. Tuve entonces una noción del grande y terrible Dios con quien hemos de tratar. Comprendí cuán débil idea tienen algunos de la santidad de Dios, y cuán a menudo toman su santo y venerable nombre en vano, sin advertir que hablan de Dios, del grande y terrible Dios. Mientras oran, muchos emplean expresiones irreverentes y descuidadas que agravian al tierno Espíritu del Señor y motivan que sus peticiones no lleguen al cielo.
"También vi que muchos ignoran lo que deben ser a fin de vivir a la vista del Señor durante el tiempo de angustia, cuando no haya sumo sacerdote en el santuario. Los que reciban el sello del Dios vivo y sean protegidos en el tiempo de angustia deben reflejar plenamente la imagen de Jesús...
“¡Oh! ¡y a cuántos vi sin amparo en el tiempo de angustia! Habían descuidado la preparación necesaria, y por lo tanto no podían recibir el refrigerio indispensable para sobrevivir a la vista de un Dios santo. Quienes se nieguen a ser tallados por los profetas y a purificar sus almas obedeciendo a toda la verdad, quienes presuman estar en condición mucho mejor de lo que están en realidad, llegarán al tiempo en que caigan las plagas y verán que les hubiera sido necesario que los tallasen y escuadrasen para la edificación. Pero ya no habrá tiempo para ello ni tampoco Mediador que abogue por ellos ante el Padre. Antes de ese tiempo se promulgó la solemne declaración: ‘El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” --PE 70, 71.