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El zar de Rusia estaba enfermo y exclamó desesperado:
“¡Daré la mitad de mi reino a quien me cure!"
Todos los sabios y médicos del reino se reunieron para procurar curar al zar, pero no pudieron. Cuando ya se habían dado por vencidos, uno de ellos dijo con rostro iluminado: "Ya sé cómo curar al zar! Busquemos a un hombre feliz, quitémosle la camisa y que el zar se la ponga".
El zar ordenó que buscaran a algún hombre feliz. Los enviados del soberano buscaron durante varios meses sin hallar uno solo.
Cierta noche, al pasar frente a una choza, el hijo del zar oyó que alguien exclamaba: “¡Gracias a Dios he trabajado y he comido bien! ¿Qué me falta?"
Al escuchar esas palabras, el hijo del zar se alegró, ordenó que le pidieran al hombre su camisa, y que lo recompensaran por ello. Los enviados corrieron hacia la casa del dichoso varón para quitarle la prenda, pero el hombre feliz era tan pobre que no tenía camisa.
El relato de Tolstoi ilustra grandes verdades. La primera es que nadie puede ser feliz por sí mismo. La segunda es que debemos aspirar a la felicidad o moriremos de hastío. La tercera es que la felicidad depende más de lo que uno es que de lo que tiene. La cuarta lección es que aun el más pobre puede ser feliz si cumple su deber con la mejor actitud. Pero la lección más importante es que la felicidad es un don de Dios. El rey no la poseía porque no tenía a Dios en su corazón. En cambio, el hombre feliz sabía que solo Dios puede otorgar este don, y porque se lo había concedido, le agradecía tarde y mañana.
Y respecto a la camisa, la camisa de la felicidad es propiedad de Jesús. Hay que pedírsela. Si no la tiene es porque nos la dio el día que lo llevamos a la cruz.
Sal este día en busca de la felicidad, en busca de Jesús.