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Perdón

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Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Mateo 9:2.

Este hombre había pecado de todas las formas posibles. Durante su juventud invirtió todo en la búsqueda del placer. Vendió su virilidad por la satisfacción de sus apetitos. Pero su fuerza se fue drenando, hasta que perdió la habilidad de caminar. Entonces reconoció que había sido un necio. Ahora, sin dinero, sin salud y sin gusto por la vida, se secaba en una camilla. Manos piadosas lo atendían cual si fuera un bebé. Consciente de su desatino, el enfermo se insultaba a sí mismo y se consideraba peor que basura.

Un día, un rumor glorioso sonó en Capernaum, ciudad donde el paralítico vivía. Jesús de Nazaret, aquel que sanaba toda clase de males, estaba en la casa de Pedro, el pescador de Betsaida. La gente llenó la casa, entró hasta el patio y se arremolinó en la calle. Solo unos cuantos privilegiados podían ver al Maestro. Los enfermos iban llegando en camilla y salían caminando.

De pronto se oyó un ruido proveniente del techo, y el sol brilló en el interior de la casa. Unos hombres estaban abriendo el tejado. Jesús miró hacia arriba y vio el rostro de un hombre que le pedía permiso para bajar a un enfermo. Jesús accedió, y varios hombres más bajaron al desdichado.

Jesús miró al hombre con ternura y compasión y le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados" (Mar. 2:5). No le dijo, "sinvergüenza, disoluto y lúbrico, ahora que te has gastado las fuerzas vienes por más”. Al contrario, le habló con ternura paternal, y con ternura divina lo perdonó.

Al oír las palabras de absolución el hombre fue invadido por una dulce sensación de paz. Los demás se miraron intrigados. El hombre estaba enfermo y desnutrido, llagado por una insuficiente circulación sanguínea, paralizado desde hacía años, y Jesús le hablaba de asuntos espirituales. Pero para el enfermo eso fue suficiente. Al recibir la absolución, su enorme y vieja carga de culpabilidad desapareció y se sintió ligero y feliz. Los enemigos de Jesús, que lo seguían en procura de una declaración o una acción errónea, pensaron que Jesús blasfemaba, pues solo Dios puede perdonar pecados.

Pero Jesús es Dios. Dile que te perdone tus pecados, y serás feliz.

 


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