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Fe

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Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. Daniel 2:20, 21.

Cuando José, el hijo de Jacob, estaba en peligro de muerte porque sus hermanos mayores lo echaron en un pozo, y algunos de ellos deseaban matarlo, Dios envió a unos mercaderes a rescatarlo. Lo compraron y lo vendieron en Egipto.

Cuando llegó el tiempo del nacimiento del Hijo de Dios el parto iba a ser en Nazaret, pero Dios mandó al emperador romano ordenar un censo en el imperio. Solamente los varones debían ir a la ciudad de su nacimiento, pero la virgen María quiso ir con su esposo José a Belén, de donde eran, y conforme a la profecía de Miqueas, ahí nació el Salvador.

Varios siglos después, el reformador Martin Lutero se vio amenazado de muerte. Su protesta en procura de una reforma de la iglesia enfrentaba la oposición de un personaje a cuya reprensión los reyes temblaban, el papa. El peso de tal poder lo sintió Enrique IV, rey de Alemania y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por haberse opuesto al papa Gregorio VII fue condenado a la excomunión. En penitencia, pasó tres días y tres noches a la intemperie, descalzo, arrodillado sobre la nieve. Al fin obtuvo el perdón papal.

En la cadena de mando de Europa primero estaba el papa, le seguía el abad del monasterio, luego el rey, enseguida los señores feudales, los burgueses y el pueblo. Cuando el papa y el emperador Carlos V se unieron contra Lutero, la Reforma estuvo a punto de abortar. Entonces Dios envió a los turcos a distraer al papa y al emperador. Cuando supieron que los ejércitos invasores se hallaban a las puertas de Viena, el papa y el emperador concentraron sus esfuerzos en repelerlos, y la Reforma Protestante se fortaleció.

Dios es más soberano de lo que a veces pensamos. Él gobierna sobre todos y sobre todos domina, aun sobre los paganos. Su voluntad es ley y sus designios se cumplen, “quita reyes, y pone reyes” (Dan. 2:21). La próxima vez que estés en un callejón sin salida, mira hacia arriba, donde hay un Dios cuyos designios nunca se frustran. Él enviará alguna distracción. Conserva tu fe.

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