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Mujer de oración

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[Ana] con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto. 1 Samuel 1:10, 11.

ANA

Ana, nuestro personaje de hoy, vivía en Ramataim, entre la tribu de Efraín, ubicada a solo 19 kilómetros del tabernáculo de Silo, donde el sumo sacerdote Eli ministraba al Señor. Este era apoyado por sus dos hijos, Ofni y Finees, sacerdotes corruptos cuyo mal testimonio era conocido e imitado por muchos. Ana estaba casada con Elcana, un levita de la familia de Coat, que vivía una vida de devoción y servicio al Señor, y que además era rico e influyente.

Pero este matrimonio no tenía hijos, pues Ana era estéril. Entonces, Elcana tomó por mujer a Penina. Para el pueblo hebreo, que había recibido sus tierras de parte de Dios, tener hijos que heredaran sus bienes era un asunto muy serio. Por esa razón, en muchas ocasiones se buscaban soluciones contrarias a la voluntad de Dios con el objetivo de no perder la herencia.

En esos tiempos la poligamia era considerada legítima, pero a causa de las restricciones financieras parece que solo era practicada por gente de recursos. En los tiempos del Nuevo Testamento, la poligamia descalificaba a un hombre para cualquier cargo religioso.

En un triángulo matrimonial siempre habrá problemas, y la familia de Elcana no era la excepción. Cuando asistían a las fiestas religiosas, Elcana hacía todo lo que podía en aras de la unidad. Le daba una “parte” a cada miembro de su familia, y para mostrar públicamente su aceptación de Ana, le daba una parte doble, como si hubiera tenido un hijo. El proceder de Penina se debía, en parte, a la bien intencionada generosidad de Elcana. Así como sucedió con Lucifer en el cielo, los celos por las atenciones brindadas a otro, ya sea en el hogar o en otra parte, crean una malignidad burlona y exasperante que se manifiesta a cada paso en expresiones ridículas. Ana sufría estas mofas, que le quitaban el apetito y le afectaban el ánimo para participar de las fiestas religiosas.

Ana no le pagaba a su rival con la misma moneda, sino que ocultaba su amargura y lloraba en silencio. No se refugiaba en la autocompasión, sino que manifestaba un encomiable espíritu de dominio propio. Buscaba refugio en el Santuario.

¡Qué gran ejemplo digno de imitar! ¿Tienes problemas? Refúgiate en el Santuario, a los pies de tu Redentor. -AC

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