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Cruza la meta

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El que persevere hasta el fin, este será salvo. Mateo 24:13.

LA MUJER QUE TOCÓ EL MANTO DE JESÚS

En 1992, en Barcelona, España, se realizan los Juegos Olímpicos. Los atletas han invertido dinero, años de preparación, sudor, dolor y lo mejor de su vida. Apostaron todo para llegar hasta aquí, y nada les impedirá alcanzar su sueño: llevarse una presea y la corona de laureles. Comienza la carrera. Varios compiten, pero uno solo ganará “el oro”. Entre los corredores se halla Derek Redmond. Ya el público lo ve como ganador antes de cruzar la meta. Pero a tan solo 120 metros de la línea de llegada, Derek cae víctima de una lesión en el cuádriceps, músculo de la pierna. Silencio total. Todo está perdido. Pero no para Derek. Quiere llegar a la meta a como dé lugar. Cojeando, y con la ayuda de su padre, logra llegar a la meta. Hoy es reconocido como un corredor veloz, y también por su perseverancia a pesar de los contratiempos.

¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotras ante la misma adversidad? ¿Nos habríamos sentado a llorar nuestra desgracia? ¿Nos habríamos enojado en tanto que nos salíamos de la pista? ¿Habríamos culpado a otros por nuestra “mala suerte”?

Hace veinte siglos, una multitud se interponía como una muralla ante una mujer que tambaleante y casi sin fuerzas se aproximaba. Adelante estaba el Rabino, Jesús, su única esperanza de sanación. Pero a medida que caminaba, más y más gente se agolpaba alrededor del Maestro de Nazaret. ¿De dónde han salido tantas personas? –habrá pensado. Comienzan a revolotear varias ideas: ¡Detente! No vale la pena. No llegarás nunca. Estás gastando tus pocas energías inútilmente. Es mucha gente. ¡Es... es imposible!

¿Imposible?-reacciona–. No sé lo que es imposible. Allí está mi sanación; nada ni nadie me impedirá acercarme a él. Su fe habló más fuerte que su dificultad, ¡y alcanzó su objetivo!

Nuestra meta es vivir para siempre con Cristo, pero muchas veces nos desanimamos ante las pruebas. “El qué dirán”, la pérdida de trabajo por ser fieles a Dios, la presión de la familia y las amistades parecen infranqueables, y abandonamos la carrera a unos cuantos pasos de la línea de llegada. Estás tan cerca que si alzas tus ojos, podrás ver a Jesús con tu corona en sus manos. Por ello, corriendo o cojeando, ¡cruza la meta de la vida! -AR

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