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Perseguidos y protegidos

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Bienaventurados sois cuando por mi causa los vituperen y os persigan. Mateo 5:11.

ANA STAHL

Con gran frecuencia nos enteramos de grupos de cristianos que son perseguidos por mantenerse fieles al Señor. Las persecuciones de cristianos no son solo un asunto del pasado sino también del presente.

A principios del siglo XX, a la zona peruana de Quenuani llegó el matrimonio Stahl, procedente de los Estados Unidos. Ana y Fernando usaban el método de Cristo: Suplían primero las necesidades físicas de los indígenas y luego los invitaban a conocer al Médico divino. También alfabetizaban a los nativos, los que tenían una gran avidez por el progreso. Algunas veces los esposos Stahl trabajaban juntos. Otras veces Fernando tenía que atender a otras comunidades indígenas alejadas de su casa, y recorría largas distancias a lomo de mula, lo que le llevaba un tiempo considerable.

Mientras estaban en Quenuani, comenzaron la construcción de otra escuela en un lugar distante. Los recursos eran escasos, pero el Señor siempre proveía lo necesario.

Los nativos de esta zona eran muy amigables y pronto entablaron una fraternal amistad con Ana y su esposo. En la ocasión que describiré, Ana se encontraba sola en su precaria casa, en compañía de algunos indígenas. Una tarde, habían concluido la jornada y estaban descansando de sus tareas cuando advirtieron que una multitud caminaba hacia la casa. Provenían de un pueblo vecino, y eran encabezados por dirigentes religiosos opositores. Eran unas quinientas personas, armadas con carabinas y escopetas. Ana advirtió el peligro y encomendó su situación y la de los que estaban con ella, en las manos del Todopoderoso. Mientras los enemigos se aproximaban a la casa de techo de paja, gritaban: “Pichum catum” [¡Agárrenlos y quémenlos!] Repentinamente, antes que cumplieran su maligno propósito, las víctimas vieron por una rendija que la multitud huía espantada. Uno de los nativos salió de la casa y le preguntó a uno de los atacantes por qué huían. Este respondió que no podían hacer frente al numeroso ejército indígena que estaba en pie para defenderlos. Al mirar a su alrededor, Ana y sus amigos no vieron a nadie.

Ana sabía que su escudo era Dios (ver Salmo 7:10), y en su angustia clamó a quien siempre nos oye (ver Salmo 18:6). Y la predicación del evangelio tuvo mayores frutos.

Sirve, ora y alaba a Dios. -AR

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