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ANA STAHL
La ceremonia de inicio de los Juegos Olímpicos tiene su punto culminante al ser encendido el pebetero con una antorcha traída desde Atenas, Grecia, donde los juegos comenzaron hace mucho tiempo. Alguien enciende el pebetero y comienzan los juegos. Mientras no sea encendido, los atletas llenos de posibilidades permanecen a la espera. Lo mismo sucede en la vida.
A comienzos del siglo XX, los esposos Stahl y sus dos hijitos llegaron al altiplano boliviano-peruano para comenzar algo sin precedentes. Mientras ella se desempeñaba en diversas tareas para llevar el pan a la mesa, y su esposo Fernando intentaba vender revistas cristianas a los indígenas, advirtieron que la mayor necesidad de estas personas era la educación. Aunque sabían solo algunas palabras del idioma de los nativos del altiplano, se propusieron enseñarles a leer y escribir. Y abrieron la primera escuela.
El cambio que esto produjo en los habitantes de la región fue muy favorable. La educación comenzó a poner fin a la prolongada historia de explotación a la que habían sido sometidos los indígenas. Por fin se abría una ventana hacia un futuro promisorio para estas personas. Todo gracias a que Ana Stahl, una pionera en esta tarea, junto a su esposo Fernando, echaron las bases para el desarrollo intelectual y espiritual de los habitantes del altiplano. Fueron portadores de la llama de esperanza, y no pararon hasta que encendieron no uno sino muchos pebeteros al fundar muchas escuelas. Frente a la luz de la educación, desapareció la oscuridad de la ignorancia.
Tal vez nunca te llamen para portar la llama olímpica, tal vez nunca irás al campo misionero de ultramar, pero allí donde te encuentras puedes encender la luz en el corazón de alguien que, al conocer el evangelio, detonará el desarrollo de otras personas, y así se encenderán muchas otras luces.
Enciende una luz dondequiera te encuentres, para que quienes pasen por ahí puedan contemplar a Cristo. -AR