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La educadora

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Aconteció en los días en que gobernaban los jueces que hubo hambre en el país. Entonces, un hombre de Belén de Judá fue a vivir en los campos de Moab, con su mujer y sus dos hijos. Rut 1:1 (RV15).

NOEMÍ

Cuando Adán y Eva pecaron, toda esperanza había terminado, hasta que Dios les prometió un Redentor que les devolvería todo lo que el diablo les había robado (ver Génesis 3:15). Entonces, el sublime plan de salvación se puso en acción. La gracia fue tocando generación tras generación hasta llegar al tiempo de los jueces.

En ese tiempo el hambre llegó a Belén, y una familia hebrea salió en busca de pan para sus hijos. No debió ser fácil para Noemí despedirse de sus amigas. Es posible que, mientras empacaba sus escasas pertenencias, la tristeza la embargara al recordar la profecía de Balaam que anunció a un Salvador (ver Números 24:17). Todas las mujeres de Belén conocían esa profecía, y tanto ellas como Noemí anhelaban que de su familia naciera el Redentor, el León de la tribu de Judá.

Con profundo dolor Noemí dejó atrás su humilde casa, renunciando al privilegio de ser la elegida, pues sabía que, al salir de Belén hacia una tierra pagana, su sueño jamás se realizaría. Pero algo más la angustiaba: ¿Cómo educaría a sus hijos en el amor de Jehová en una tierra idólatra?

¡Cuántas madres enfrentan hoy el mismo desafío! ¡Cuántas oraciones son elevadas al cielo pidiendo que provea una joven cristiana o un joven cristiano para casarse con sus hijos! Desconozco cuál es tu plegaria, pero una cosa sé: Dios no te ha abandonado ni lo hará jamás, porque si lo amas, todas las cosas contribuirán al bien de tu familia (ver Romanos 8:28).

Los años pasaron. Noemí se esforzaba porque sus hijos fueran fieles a Dios. No sé qué método utilizaba para recordarles el pacto, tal vez canciones y narraciones (ver Deuteronomio 6:6-9), solo sé que su esfuerzo no fue en vano. Ellos testificaron de su fe a dos doncellas moabitas, cuyos corazones vacíos, cansados de ceremonias religiosas sin sentido, conocieron al Dios verdadero.

Si eres madre o esperas serlo, que tu fe y tu esfuerzo sean constantes. No te canses de forjar en tus hijos el verdadero carácter del Dios misericordioso, porque cuando los principios bíblicos se graban en el corazón, tarde o temprano dan gloria a Dios (ver Proverbios 22:6). -LCh

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