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RUT
Recibimos la trágica noticia al día siguiente del deceso, el 16 de junio de N1968. Mi hermana mayor, con solo 19 años de edad, había sido brutalmente asesinada por su esposo. Yo tenía apenas cinco años, pero cuando mi padre entró en la casa, pálido, angustiado, aquel domingo de mañana, pude percibir su dolor. Todo era muy confuso, mi madre se aferraba a la esperanza de que su hija estuviera viva aún. De ese dolor de mis padres quiero hablarte.
La muerte es la realidad más amarga que todo ser humano tiene que afrontar. En un segundo la vida puede cambiar para siempre, sin darnos tiempo de prepararnos o asimilar la pérdida, y puede sacudirnos al grado de mover los fundamentos de nuestra fe.
La sociedad suele dar calificativos a las realidades humanas. Se le llama viuda a una mujer que ha perdido a su esposo; si un hijo pierde a su padre, le llaman huérfano; pero cuando una madre pierde a un hijo, ¿cómo le llaman? ¡Ese dolor no tiene nombre!...
Noemí había perdido a su esposo y a sus dos hijos. La Biblia no cuenta los detalles, pero ese dolor tiene que haber puesto en “jaque” su sentido de la vida y su fe (ver Rut 1:13). Sufrir el duelo por tres seres queridos requiere mucho valor.
¿Qué hacer ante la sacudida del mundo que creías seguro? Moisés escribió: “Él es la Roca, cuya obra es perfecta” (Deuteronomio 32:4). Noemí se aferró a esa Roca.
Job, quien también lo perdió todo, pudo exclamar con seguridad: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios” (Job 19:25, 26).
Querida amiga, la muerte ya fue vencida por aquel que resucitó y vive para siempre. Si estás experimentando el impacto de la pérdida de un ser querido, acuérdate de Noemí, de Job y aun de mi madre, quienes para soportar esa terrible prueba se afirmaron en la Roca de Salvación. Y tú, ¿dónde te afirmarás? —LCh