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Mientras vivía en Jordania, decidí hacer un viaje hacia el oeste, al país limítrofe de Israel. Nadie más podía acompañarme, así que esta vez iría solo. Ya me sentía cómodo andando por Jordania, así que subí a un autobús y viajé desde la capital, Amán, hasta la frontera entre Jordania e Israel.
Al rato, el autobús se detuvo en la frontera con Israel. La presencia militar allí había aumentado considerablemente. Junto con todos los demás pasajeros me bajé y me dirigí al edificio donde, durante la siguiente hora, pasé por una inspección rigurosa de todos mis documentos y pertenencias. Tenía una cámara conmigo. El inspector me indicó que tomara mi cámara y le quitara la tapa de la lente. Obedecí. Luego me pidió que le mostrara la cámara. Después me pidió algo de lo más extraño: que tomara una fotografía del techo. Yo no entendía muy bien de qué se trataba todo aquello, así que procedí a preguntarle si podía sacarle una foto a él, en lugar de al techo. Mala idea. Se enojo bastante e insistió en que siguiera sus órdenes y tomara una fotografía del techo. Lo hice. Esto lo convenció de que la cámara realmente era una cámara y no un aparato peligroso.
Después que logré pasar por todas las inspecciones y responder todas las preguntas, se me permitió entrar en Israel. Allí recordé una de las historias más tristes de la Biblia: la historia de los judíos que rechazaron al Mesías. Luego de pasar cientos, incluso miles, de años esperando y anticipando su llegada, muchos no lo reconocieron. Se habían enfocado tanto en la ley que no vieron que Jesús era el Dador de la ley, y que en él se cumplía perfectamente la profecía del Mesías venidero. ¡Estoy tan feliz de que él sea mi Salvador personal! ¡Asegúrate de aceptarlo como tu Salvador cada día!