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Mi familia y yo dedicaríamos las siguientes tres semanas a viajar por la isla de Cuba. Cada noche íbamos a una iglesia diferente, todas ellas repletas de niños y adultos. Yo instalaba mi pantalla y todos los efectos especiales y les daba una presentación especial. Parte de mi presentación incluía usar anteojos “3-D". Había llevado cerca de mil pares de anteojos, así que cada noche los niños se asombraban al ver a través de ellos por primera vez en sus vidas, y al mirar cómo las imágenes parecían saltar de la pantalla gigante.
Manejar cruzando Cuba fue una experiencia muy interesante. Una de las cosas que mis dos muchachos hicieron durante este viaje fue darles chicles a todos los niños que encontramos. Repartían cientos de chicles, que era un obsequio especial para los niños. Un día habíamos parado en un pueblo a comprar combustible. Al otro lado de la tranquila calle de tierra caminaban un niño pequeño y su madre. Mi hijo mayor saltó del auto y corrió hacia ellos. Buscó en su bolsillo, sacó un chicle y se lo dio al niño. Lo que sucedió a continuación me dejó atónito. Cuando mi hijo se dio vuelta para regresar, el niño lo detuvo y metió la mano en su mochila; sacó un mango y se lo dio a mi hijo. No estoy seguro de las palabras que intercambiaron en ese momento, pero me conmovió ver a dos personas siendo amables y generosas una con la otra, sin condiciones, sin esperar nada a cambio.
Jesús realizó ese tipo de actos fortuitos de bondad todo el tiempo. Él siempre estaba pensando en los demás antes que en sí mismo. Le pregunté a mi hijo cómo se había sentido al ser amable con el niño y recibir bondad a cambio. Él dijo que le había producido un gran gozo. ¿Por qué no pruebas tú a vivir con esa filosofía de dar sin esperar nada a cambio, de ofrecer generosidad, simpatía y amistad a todo el mundo? Creo que, si lo intentas, descubrirás el gozo que se esconde detrás de esa actitud.