|
En el verano de 2007, el torneo de fútbol de la Copa Oro de la CONCACAF se llevó a cabo en los Estados Unidos. Este torneo se juega cada dos años, entre los mejores equipos de los países de América del Norte, América Central y el Caribe. A la mitad del torneo leí que la final se jugaría en el Soldier Field de Chicago, que está cerca de mi casa. Me sorprendió descubrir que quedaban muchas entradas para la final, y que el precio no era demasiado elevado. Luego de preguntar un poco, descubrí que la razón por la que no se habían vendido todas las entradas era que nadie sabía quién jugaría la final, así que la mayoría de la gente estaba esperando a ver quién jugaría antes de comprar su entrada. Yo pensé que asistir a una final de la Copa Oro sería divertido, sin importar quién jugara, así que compré entradas para toda mi familia. Pasaron las semanas y el torneo pasó de la etapa de grupos a los cuartos de final. Yo estaba muy entusiasmado porque los Estados Unidos había avanzado, junto con su mayor rival: México. Comencé a pensar: “¿No sería espléndido si los Estados Unidos y México jugaran la final?” Pronto el torneo avanzó a las semifinales, y luego se definieron los equipos que jugarían la final: los Estados Unidos y México competirían por el campeonato, ¡y ya teníamos las entradas! ¡El partido fue fascinante! México anotó un gol primero, al final del primer tiempo, pero menos de veinte minutos después Estados Unidos empató el partido. Luego, unos diez minutos después, Estados Unidos hizo otro gol con el que ganaron el torneo.
Ganar es genial, pero tengo que decirte que tener un buen espíritu deportivo es aún más importante. La forma en que actúas y lo que dices cuando ganas o pierdes es importante. No seas bullicioso y orgulloso cuando ganas. Y cuando pierdas, no seas un mal perdedor. Recuerda: solo es un juego. Como cristianos, tenemos una excelente manera de testificar a otros mediante nuestra actitud cuando ganamos o perdemos.