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Mientras vivía en Francia, me vi obligado a ser extremadamente cuidadoso con los pocos dólares que había logrado ahorrar gracias al trabajo hecho el verano anterior. Cuando llegó el primer receso, en octubre, junto con cuatro muchachos planificamos un viaje a Europa del Este, con la idea de ver todo lo que pudiéramos y gastar lo mínimo que pudiéramos. Ya habíamos descubierto que la comida y los restaurantes en Europa eran extremadamente caros, así que decidimos hacer un esfuerzo por ahorrar en la comida. Es obvio que teníamos que comer todos los días, pero se nos ocurrió un plan para reducir nuestros gastos de comida al mínimo.
Alquilamos un Fiat Uno diminuto, y cinco muchachos nos apretujamos en él para un viaje de dos semanas de duración. En los días previos al receso, cada uno sacó rebanadas adicionales de pan del comedor y las llevó a la habitación, junto con otros alimentos, como mermelada y queso. Pronto estábamos en camino. Tratamos de planificar tres comidas por día, pero la mayoría de los días comimos dos veces. El plan de racionamiento consistía en que, para cada comida, cada uno podía comer un sándwich de pan y queso. Alguien nos había dado sal de cebolla, así que, si queríamos agregarle más sabor, esa era la opción. También conseguimos una gran lata con varios compartimentos de galletitas saladas, bocadillos y palomitas de maíz. En cada comida, nos permitimos agarrar un puñado grande. Por último, de alguna forma conseguimos una lata de tamaño industrial de coctel de frutas. De algún modo sobrevivimos así por casi dos semanas; pero estoy seguro de que todos bajamos de peso. A mí me gusta la comida como a cualquier otra persona, y de vez en cuando creo que casi todos somos culpables de excedernos al comer. Solo ten cuidado de que no sea tu estómago quien controle tu vida, porque nuestro pensamiento bíblico de hoy nos recuerda que no hemos de permitir que nuestro apetito sea nuestro dios.