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El Valle de los Reyes

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Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. Eclesiastés 9:5, RV60.

Finalmente logramos cruzar el río Nilo en Luxor, Egipto, con nuestras bicicletas alquiladas. No teníamos un mapa muy bueno, pero teníamos una vaga idea de adónde estábamos yendo, así que comenzamos a pedalear. Cada vez que pasábamos por un pueblo, los niños que vivían allí salían corriendo a la calle y nos acompañaban por un momento, riendo y gritando las dos o tres palabras que sabían decir en inglés. Algunos decían: “Hello!” [¡Hola!], mientras otros decían: “Good morning, America!" [¡Buenos días, América!] aunque fuera por la tarde. A veces nos deteníamos a saludar e intentar hablar con ellos por unos pocos minutos.

Al adentrarnos más y más en el desierto, pasamos junto a enormes templos y monumentos que tenían miles de años de antigüedad. Había tantos templos que terminamos eligiendo templos al azar donde detenernos y explorar. A la mitad de la excursión, tres de nuestras cuatro bicicletas comenzaron a romperse. La cadena de una se salía a cada rato; los frenos de otra no funcionaban bien; y una de las llantas de otra estaba casi sin aire. Seguimos adelante, sabiendo que aquella era una oportunidad única en la vida; no permitiríamos que nada nos impidiera visitar algunos de los restos arqueológicos más fascinantes del mundo. Hacia el final del día llegamos al templo funerario de la reina Hatshepsut, que fue construido frente a un acantilado. El templo tiene una escalinata enorme que le da un aspecto majestuoso.

Al pararme frente a esos impresionantes templos me preguntaba por qué los egipcios construirían tan enormes edificios para los muertos, si los muertos no pueden verlos ni disfrutarlos. La Biblia enseña que los muertos no saben nada.

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