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Cuando mis hijos tenían dos y cuatro años, tomamos unas vacaciones en Hawái. Mientras estábamos allí, decidimos escalar el Monumento Estatal Diamond Head. Este monumento es un cono volcánico cuya cima forma la figura de un cráter. El borde tiene una vista de la ciudad de Honolulu y de la playa de Waikiki. Un túnel nos llevó hasta el centro del cráter, donde estacionamos nuestro automóvil. Desde allí comenzamos nuestro ascenso por el interior del cráter. Habíamos oído que la vista desde arriba era maravillosa, y estábamos resueltos a experimentarla por nosotros mismos.
El ascenso por terreno llano comenzó sin dificultad, pero luego de unos minutos el sendero se fue tornando más y más empinado. Tanto, que teníamos que subir en zigzag. Podíamos ver nuestro destino allá arriba: un antiguo búnker construido como mirador a principios del siglo XX, ahora un destino popular entre los senderistas. Como a la mitad del ascenso, mi hijo menor se quedó sin aliento; después de todo, ni siquiera había cumplido los dos años, yo estaba asombrado de que hubiera llegado tan lejos. En ese punto tuvimos que tomar una decisión: volver atrás o cargarlo en brazos el resto del camino. Elegimos cargarlo, así que lo senté sobre mis hombros. Cuando alcanzamos la cima yo estaba agotado, pero recordé que nuestro Padre celestial está listo para cargarnos cuando pasamos por dificultades.
No importa qué suceda hoy, recuerda que Dios está contigo a cada paso del camino, y que durante los momentos más difíciles él te llevará en brazos. "Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (Isaías 40:11, NVI).