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La vida es muy frágil. Cuando Dios nos creó, éramos perfectos. Pero a causa del pecado, la muerte entró al mundo y ha sido parte de la humanidad desde los días de Adán y Eva. La muerte es algo con lo que todos tendremos que lidiar en algún momento.
Hace unos años, viajamos en familia a Panamá City, en Florida, Estados Unidos, para escapar un poco del clima invernal del norte. Alquilamos un departamento con varios dormitorios y manejamos hasta allí para pasar algunos días en un clima cálido. Los primeros dos días la pasamos muy bien, relajándonos y jugando en la playa. Las olas no eran muy grandes y la temperatura estaba agradable. Al tercer día había bandera roja en la playa, lo cual quería decir que había fuerte oleaje, y nadabas a tu propio riesgo.
Nuestros hijos tenían diez y doce años, y ese día no se les permitió entrar al agua más que a la altura de las rodillas. A poca distancia de nosotros, y un poco más adentro, un adolescente estaba jugando en el agua y de pronto quedó atrapado en la corriente. En un abrir y cerrar de ojos, el padre corrió a salvar a su hijo, que se ahogaba apenas a unos 20 metros [75 pies] de distancia. El padre alcanzó a su hijo y lo salvó, pero en un horrible giro de acontecimientos el padre quedó atrapado en la corriente y se ahogó. Como puedes imaginar, esto afectó al resto de nuestra estadía allí, y realmente nos hizo pensar en lo frágil que es la vida. También me hizo meditar en cómo el padre nunca dudó en sacrificarse a sí mismo para salvar a su hijo.
Todos somos hijos e hijas de Dios, y Jesús también vino y sacrificó su vida para que pudiéramos ser salvos. El pecado es algo terrible, pero la salvación del pecado es la mejor noticia que podremos recibir. El sacrificio de Jesús nos dará vida eterna. Mientras tanto, ¡sugiero que consideremos cada día como un valioso regalo!