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Nuestro viaje misionero a Honduras, hace algún tiempo, fue una bendición para todo el equipo. Terminamos agotados y sucios, pero con el espíritu por las nubes, ya que completamos los objetivos que nos habíamos propuesto. Al final de los días que trabajamos allí, decidimos tomarnos una tarde libre y visitar unas cataratas, las cataratas de Pulhapanzak, ubicadas en un bosque cercano. El camino para llegar hasta allí terminó siendo un viaje desafiante por una cordillera, siguiendo un sendero de montaña; pero finalmente llegamos. Uno de los líderes locales fue con nosotros para guiar al grupo.
Desde la distancia podíamos oír el retumbar de la enorme cascada. Estacionamos y encontramos un sendero lleno de barro, que nos llevaba por el bosque, varios cientos de metros río abajo. Nuestro guía nos llevó por la orilla del río, sobre un sendero lodoso, y sobre grandes rocas al acercarnos más y más a los saltos. Para nuestra sorpresa, seguimos acercándonos a los saltos, trepando sobre rocas y cruzando pozos laterales, hasta que llegamos a solo 5 metros [15 pies] de donde el agua chocaba con las rocas. Había una pequeña zona resguardada donde algunos se quedaron, mientras otros continuamos. El agua golpeaba con tanta fuerza que tuvimos que pasar sobre las últimas rocas de retroceso, porque el agua que salpicaba contra las rocas golpearía nuestros rostros con tanta fuerza que se sentía como cientos de alfileres. Finalmente llegamos a una cueva debajo de la cascada, donde el agua nos llegaba al pecho, y quedaban unos pocos centímetros de aire sobre nuestras cabezas. Cuando salimos, ¡sentía como que hubiera pasado por un ciclo intenso en un lavarropas!
Dios espera que sus hijos tengan cuerpos limpios. Esto quiere decir que debemos mantener nuestros cuerpos limpios y puros, pero también implica mantener nuestra mente y espíritu puros. Hacemos esto para honrar a Dios.