|
Mientras filmaba un video en Maui, Hawái, manejamos hasta la costa norte, donde entramos en una selva maravillosa. Pronto llegamos a nuestro destino, preparamos nuestro equipo y los micrófonos, y nos encontramos con el guía. Procedimos a ponernos los arneses, los cascos y calzado especial. Nuestro guía revisó todo nuestro equipo de trabajo y anunció que estábamos listos para salir. Nos llevó a un sendero que inmediatamente entró en la espesa selva; tan densa que después de diez o quince pasos no tenías idea de dónde habías venido. Subimos y bajamos varias colinas y, de repente, entramos en un claro con vistas en todas direcciones. Parecía que estábamos en lo alto de un peñasco.
Nuestro guía nos llevó al borde de un precipicio y nos mostró dónde estaríamos bajando en rapel. Cuando haces rapel, tu arnés está conectado a una soga, y la soga está conectada a otra persona que se asegura de que desciendas con seguridad. Esa persona se llama asegurador. Retrocedí de espaldas por el borde del precipicio y comencé a descender. En la base del acantilado ¡había una cascada! La siguiente bajada en rapel sería por la superficie de la cascada. Esto fue un poco más difícil porque no podía ver bien dónde estaba pisando, pues todo estaba cubierto por el agua que caía. Aunque no podía ver dónde estaba pisando, ni podía ver a mi asegurador, bajé por la cascada, con el agua golpeándome permanentemente. Fue una experiencia intensa, pero me alegraba saber que mi asegurador estaba allí para garantizar que no me cayera.
En la vida, Dios es el mejor asegurador. Como nuestro Creador, está muy interesado en protegernos y mantenernos a salvo. Él es el único en quien podemos confiar completamente en cualquier situación por la que pasemos, porque nunca nos dejará caer. Más que nada, él quiere que cada uno de nosotros sea salvo.