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Pasaron unos diez años entre mi primera visita a Hawái y la segunda. La segunda vez fui con un objetivo: ¡quería intentar surfear! Encontré varios instructores que ofrecían clases de surfeo, y me anoté.
Mi objetivo era simple: si podía subirme a la tabla, surfear una ola y acostarme sobre la tabla sin caerme, aceptaría eso como haber surfeado con éxito. Cuando llegué, me alegro ver que ese día las olas eran pequeñas. Esto haría que fuera mucho más fácil aprender a surfear, y aumentaba mis posibilidades de surfear una ola con éxito. Me dieron una tabla, y pasé los primeros veinte minutos aprendiendo los movimientos básicos del surfeo. Cuando estás intentando subir a una ola, remas sobre tu estómago, pero en el momento adecuado tienes que pararte rápidamente sobre la tabla, hacer equilibrio con los brazos y, con suerte, surfear la ola.
Pronto llegó el momento de tomar las tablas e ir al agua. Estoy seguro de que sabes lo que sucedió. Llegaba a una ola, me mantenía por un par de segundos y caía. Estaba exhausto de tanto caerme y remar de vuelta al lugar donde podía subir a la siguiente ola, pero persistí a pesar del dolor, porque no me iba a dar por vencido. Después de unos quince intentos agotadores, me subí a la tabla ¡y permanecí de pie hasta el final sin caerme! Cuando noté que la ola estaba terminando, me acosté sobre la tabla. ¡Lo había logrado!
¿Tienes objetivos? Los buenos objetivos requieren trabajo y persistencia para alcanzarlos. Algunos se pueden cumplir rápidamente, pero otros pueden llevar años. ¡No te desanimes! Pídele a Dios que viaje a tu lado, porque si Dios está contigo, te levantará y te dará la fuerza ¡cuando la necesites!