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En Hawái, en la isla de Oahu, manejé hasta la marina de North Shore, donde una empresa ofrecía la oportunidad de nadar con tiburones. Sí, leíste bien: tiburones. Pero no te preocupes; toda la aventura fue muy segura.
Luego de una corta sesión informativa, el barco partió y se adentró unos ocho kilómetros en el Océano Pacífico. Pronto llegamos al lugar donde el bote sumergiría una gran jaula de aluminio en el agua. La parte superior de la jaula estaba abierta y tenía tanques de aire para mantenerla a flote. En esta ocasión se me dio el visto bueno para entrar en la jaula. Revisé todo mi equipo y me ajusté bien el esnórquel y la máscara. Me pasé sobre el borde del barco y entré al agua. Una vez que estuve dentro de la jaula, soltaron las sogas que la ataban al barco y la jaula comenzó a alejarse lentamente. La jaula se extendía hacia abajo de la superficie unos tres metros (10 pies). Miré a mi alrededor. Nos habían dicho que este lugar del océano tenía varios cientos de metros de profundidad. Entonces noté que desde las profundidades venía un tiburón... luego un segundo, un tercero y un cuarto. Durante veinte minutos, cuatro tiburones dieron vueltas alrededor de la jaula una y otra vez. Parecían curiosos, pero no agresivos. Había una hembra muy grande, de unos 4 metros (13 pies] de largo. Algunas veces los tiburones pasaron a pocos centímetros de la jaula, y tuve un primer plano del rostro de un tiburón, con sus varias filas de dientes. Fue intimidante, pero me sentí seguro y protegido.
Nuestro versículo de hoy nos recuerda que habrá momentos en la vida en los que sintamos miedo. Me alegra que Dios ha dicho que no nos preocupáramos porque él está con nosotros y siempre nos ayudará. Pídele que esté contigo hoy.