|
Antes de bajar al Gran Cañón del Colorado, uno de los factores más A importantes de nuestra caminata era asegurarnos de tener suficiente agua. Había muchos carteles en cada comienzo de sendero advirtiendo a los senderistas que se aseguraran de llevar suficiente agua. Hacia el final de la tarde, ya emprendíamos el regreso luego de terminar nuestras filmaciones. De tanto en tanto, tomamos un respiro en algún lugar sombreado para descansar, pues íbamos cuesta arriba. Nos faltaba como una hora para llegar cuando, de repente, una joven apareció por un recodo, volviendo también, sola. Tenía unos diecisiete años, y sentí que algo andaba mal. Cuando pasó, la detuve y le pregunté: “Discúlpame, ¿está todo bien?” Entonces vi lágrimas en su rostro y comprendí que algo grave le pasaba. Ella lloró aún más cuando me dijo que su familia había decidido que bajarían al cañón pero que no pensaban que necesitarían traer nada de agua, ya que solo pasarían allí un par de horas. Este era un gran error. Otras personas ya han muerto por deshidratación en ese sendero. Ella decidió dejar atrás a su familia, dar la vuelta y volver a la cima para encontrar agua. Ella se veía peligrosamente deshidratada, y ya tenía los labios resecos y agrietados. Le dije: “Falta una hora todavía para llegar; es mejor que tomes un poco de mi agua”. Ella me miró con asombro, y comenzó a llorar más aún.
--¿Hablas en serio? ¿Estás dispuesto a compartir tu agua conmigo?
Por supuesto -respondí—. Necesitas un poco de agua para poder llegar arriba.
Ella bebió el agua ávidamente y, de la nada, me abrazó. ---¡Muchas gracias, señor! --dijo, todavía llorando. Y antes de irse también dijo: ¡Que Dios lo bendiga!
Cuando somos una bendición para otros, Dios ha prometido bendecirnos a nosotros también. ¡Sal a ser una bendición para otros hoy!