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Oración en la derrota

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Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo elJordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? Josué 7:7.

¿No crees que en este mundo el "éxito" tapa todos los pecados, y la fama cubre todos los defectos morales? ¿No has sido tentado alguna vez a hacer trampa en el juego de la vida para ganar la partida? ¿No has querido alguna vez "manotear" el éxito, alcanzar una victoria inmerecida?

Luego de que vagaran cuarenta años por el desierto, Moisés había muerto y había sido enterrado allende el Jordán (Deut. 34). Pero Dios le había prometido a su pueblo que Josué lo conduciría a la Tierra Prometida (ver Deut. 31:7, 8; Jos. 3). Una vez que cruzaron el río, ya en Canaán, Israel enfrentó la primera batalla contra los amorreos, en Jericó, y salió victorioso. Luego subió a Hai, y cayó vencido. Josué se quejó a Dios por la derrota, y la respuesta no se hizo esperar: "Levántate [...] Israel ha pecado [...] y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres" (Jos. 7:10,11).

Dios había dado específicas instrucciones de que no tomaran nada del enemigo en batalla, pero Acán, de la tribu de Judá, desobedeció. Creyó que podía engañar a Dios. La derrota contra los amorreos comenzó a gestarse antes de la batalla, en el corazón codicioso de Acán. Los laureles del triunfo hubieran ocultado el pecado, e Israel no habría aprendido de la derrota. Por eso Dios permitió la caída.

¡Cuánto podemos aprender de la experiencia de Acán! Las pequeñas deshonestidades, las diminutas mezquindades, son las termitas cotidianas que nos devoran desde adentro. No por pequeñas son insignificantes. Los laureles de una vida aparentemente exitosa jamás ocultan el engaño delante de Dios.

Cuando perdemos en buena ley, la derrota tiene una dignidad que no tiene la victoria. Es mejor una derrota bien "peleada" que una victoria inmerecida. Hay éxitos que rebajan y derrotas que engrandecen. Tomados de Dios, siempre triunfamos, aun de la derrota.

Hoy puedes tener en tu boca el sabor amargo de la derrota. Si aprendes de ella, ¡no serás vencido! Ya triunfaste: Porque Dios pelea contigo la batalla (Sal. 144:1).

Oración: Ayúdame, Señor, a ser honrado en la batalla de la vida.

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