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¿Has visto la muerte de cerca?
En medio de su reinado próspero, el rey de Judá, Ezequías, "cayó enfermo de muerte". Humanamente, no tenía remedio. Aún suspiraba por una mejor suerte, cuando el profeta Isaías dilapidó el último vestigio de esperanza: "Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás" (2 Rey. 20:1). "Y lloró Ezequías con gran lloro" (vers. 3).
Desde los tiempos de David, no había habido un rey que hubiera procedido tan poderosamente en favor de Israel en tiempos de apostasía, corrupción y desaliento generalizados. Ezequías, ahora moribundo, había servido fielmente al Señor y había fortalecido la confianza del pueblo en Jehová como Gobernante supremo. Por eso pudo apelar a sus "méritos": "Te ruego, oh Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho las cosas que te agradan" (vers. 3).
Entonces, Dios le respondió: "Vino palabra de Jehová a Isaías, diciendo: Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová. Y añadiré a tus días quince años" (vers. 4-6).
Pero, basta leer unos versículos más de ese capítulo de la vida de Ezequías para saber que el rey pronto olvidó las promesas hechas a Dios. Mostró las riquezas que Dios le había concedido, y así despertó la envidia y preparó el terreno para la caída de Israel en manos enemigas (ver 2 Rey. 20:12-18). Dios lamentó haberle concedido más años de vida (ver 2 Crón. 32:25). La vanidad de Ezequías fue más destructiva que su enfermedad.
Por vanidad, podemos traicionar la prudencia, y aun el propio interés y el de la familia. ¡La vanidad es la hinchazón del yo! Nos saca de la realidad. La más segura cura para la vanidad es la soledad con Dios.
La oración sincera, secreta y diaria te ayuda a conocerte, te conecta con la realidad y te da fuerzas para enfrentarla.
Oración: Señor, enséñame quién soy.