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Cada persona muere a su manera. Sin embargo, por lo que nos dice hoy la ciencia, los seres humanos reaccionamos ante la noticia de la muerte de un modo bastante parecido y previsible. La psicología habla de distintas etapas en el proceso de aceptación de la idea de la muerte. En tal sentido, podemos reconstruir el proceso que vivió el rey Ezequías cuando supo que pronto moriría.
Seguramente, al principio Ezequías negó la muerte. Los seres humanos nos negamos a afrontar lo inevitable; necesitamos tiempo para madurar la idea de que tenemos los días contados. Luego, se habrá enojado con Dios, e imagino que le pudo haber dicho: "Justo ahora me vienes con esta noticia, cuando el reino nunca fue tan próspero". A la ira la siguió la culpa, como si la muerte fuera consecuencia de sus pecados: "Jehová, ten memoria de mí, que no fui tan malo" (vers. 3). Luego, el rey habrá llegado a la fase del pacto, y empezó a negociar y a regatear la vida. Hizo promesas y pidió señales (vers. 8). Es la experiencia religiosa, pero asumida en forma mágica: "Si Dios me cura, prometo cambiar. ¿Qué señal me enviará Dios?" Y finalmente, Ezequías se deprimió profundamente, y oró a Jehová "con gran lloro" (vers. 3).
Por lo que nos dice el texto bíblico, Ezequías no llegó a la fase de la aceptación, la más rica espiritualmente, cuando la vida adquiere otro sentido. Al no llegar a la aceptación por habérsele añadido quince años más de vida, el rey no se preparó para su muerte. Y lo mató su vanidad (vers. 15), porque rápidamente olvidó el favor recibido del Cielo (ver 2 Crón. 32:25).
La muerte no se improvisa. Tú y yo nos vamos preparando a lo largo de los distintos actos que van escribiendo el libro de nuestra vida. La vanidad de la vida consume nuestros días. La oración diaria y secreta con Dios es la única cura para la vanidad.
¿Cuál es nuestra verdad? "Dios desea que vayamos a él en oración para que él pueda alumbrar nuestras mentes. Solo él puede darnos una clara comprensión de la verdad" (LO 91).
Oración: Señor, gracias por la vida.