|
Esdras estaba tan angustiado que "arrancó pelo" de su cabeza y de su barba (Esd. 9:3). No se encuentra otra mención de esta práctica en la Biblia. Pero Dios responde maravillosamente la oración de Esdras. Muchas personas que habían ido al Templo a presenciar el sacrificio habitual de la tarde se sintieron conmovidas por la sinceridad de su sacerdote. A tal grado se sintieron tocadas por el estado de su dirigente que "hombres, mujeres y niños" lloraron amargamente (10:1).
Al principio, Esdras se había arrodillado para orar con las manos extendidas hacia arriba, como era la costumbre (9:5), pero a medida que su espíritu comprendía las consecuencias del mal que había hecho su pueblo cayó en tierra en señal de humillación. Entonces Secanías, un líder del pueblo, le habló: "Nosotros hemos pecado [...] [pero] aún hay esperanza para Israel [...]. Levántate [...] nosotros estaremos contigo" (10:2,4). Esdras siguió el consejo de Secanías, y juzgó a "todos aquellos que habían tomado mujeres extranjeras" (vers. 17, 44), e hizo separar a las mujeres con sus hijos de la comunidad de Israel. Esdras sabía que la destrucción del Templo y de la nación judía en 586 a.C. se debió a la idolatría. Actuó en armonía con las leyes del Antiguo Testamento.
Hoy, en nuestra era, bajo la ley de la gracia de Cristo, pensando en aquellas mujeres paganas y en sus hijos, esa depuración racial nos parece injusta, porque "ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál. 3:28). Sin embargo, de la experiencia de Esdras aprendemos que siempre "hay esperanza" cuando hay confesión sincera. Y además aprendemos que el pueblo se "contagia" cuando sus dirigentes buscan a Dios sinceramente.
La oración de confesión de los pecados siempre es respondida. "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). "Cuando pronuncia su primera expresión de penitencia y súplica de perdón, Cristo acepta su caso y lo hace suyo, presentando la súplica ante su Padre como su propia súplica" (LO 240).
Oración: Señor, que tu Espíritu me redarguya siempre de mi pecado.