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Algunas cosas se hacen tan nuestras, están tan cercanas, que terminamos olvidándolas. Esto es lo que sucede a menudo con nuestros seres amados. Los recordamos solo cuando ya no están.
Los seres humanos olvidamos con mucha facilidad. Pero, así como olvidamos, somos olvidados. El futuro lo borra todo; no hay nivel de fama o genialidad que te permita trascender el olvido. La oración de Nehemías expresa esa necesidad profunda que todos tenemos de ser recordados por Dios. Todo ser humano necesita la mirada del otro, y también su recuerdo. Todos buscamos dejar una huella entre las cosas de nuestro paso fugaz por este mundo.
El salmista expresa su angustia y temor por el olvido de Dios cuando dice: "He sido olvidado de su corazón como un muerto; he venido a ser como un vaso quebrado" (Sal. 31:12). El olvido es la ingratitud del mezquino. Recuerda al jefe de los coperos, "que no se acordó dejóse, sino que le olvidó" (Gén. 40:23).
Llevaré en mi corazón mientras viva esa última mirada de mi madre, que pareció un clamor contra el olvido. Una tarde plomiza de diciembre viajé desde Buenos Aires, donde yo vivía, a Montevideo, para visitarla en el hospital, sin saber que esa iba a ser la última vez que la vería. Luego de conversar con ella durante unas horas y acompañarla en el silencio, me despedí: tomé su mano, hice una oración, acerqué mis labios a su frente, le di un beso, y busqué la puerta de salida de aquella sala que ella compartía con otros enfermos. Antes de perderla de vista, me di vuelta sin querer y me encontré con su mirada, que parecía decirme que esa noche se iba. Aquella mirada fue un clamor contra el olvido.
En nuestro paso fugaz por este mundo cargamos un corazón que anhela eternidad. La fe en las promesas de Dios que están en su Palabra y la oración son nuestro último recurso ante el olvido.
Hoy, Dios te dice que jamás te olvidará. "¿Acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré" (Isa. 49:15; DHH).
Por la oración sincera, te pones "en comunicación con la mente del Infinito [...]. Para que su mano se extienda sobre ti con amor y piadosa ternura" (CC97).
Oración: Gracias, Señor, porque no me olvidas.