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¿Por qué obedeces a Dios?
¡La obediencia es el fruto de la confianza y del amor a Dios!
Este es el orden evangélico. Esta es la gran bendición y belleza del cristianismo, que tiene un fundamento absolutamente distinto de cualquier otro sistema religioso o filosófico cuyo propósito sea convertir al ser humano en una mejor persona.
En primer lugar, viene la fe, de la que nace el amor. Y del amor viene la obediencia. La fe conduce a la justicia, porque, en el mismo acto de confiar en Dios, salgo de mí mismo; y salir de uno mismo, abandonando todo egoísmo, es el principio de todo bien, y el germen de toda justicia.
Esto ¿es posible? Dios no espera que debilites tu yo. Al contrario, él quiere fortalecerlo. Tu yo es tu identidad. Pero la obediencia a Dios no es natural al corazón humano. Se requiere disciplina diaria en la oración. La oración reafirma tu yo humilde.
El apóstol Pablo sintoniza con el salmista. Lo que este dice en los Salmos lo confirma Pablo en sus epístolas. Para David, la obediencia es el fruto de la fe, que obra confianza y amor en el corazón humano. Y también para Pablo: "Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús [...] y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe" (Fil. 3:8).
Aquí está la prueba de nuestra fe: amar a los otros como son. Esto no es natural en nosotros. Solo aceptamos con "naturalidad" a quienes se nos parecen: a los de la misma raza, o de la misma religión, o de la misma educación o clase social. Por eso nos esforzamos en cambiar a los demás. Queremos meterlos en el cajón de nuestras creencias, ideas y gustos. Pero la prueba de la fe no es convencer a los otros de cuán equivocados están en sus creencias, sino amarlos tales cuales son. El amor de Dios es el único poder que te transforma y te hace justo.
Oración: Señor, solo tu amor convierte mi obediencia en un deleite.