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Hechos 2:25 al 28 nos da una indicación de que este salmo fue escrito por David. Esta oración tiene un profundo sentido mesiánico. Pedro cita este salmo en el gran discurso de Pentecostés, en ocasión del derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos. Repite esta oración para confirmar la profecía que había escrito el poeta de Israel siglos antes: "Pero [David] siendo profeta [...] habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción" (Hech. 2:30, 31).
Hay eruditos que piensan que las circunstancias que inspiraron esta oración poética son las que se registran en 1 Samuel 26:19, cuando David le ruega al rey Saúl que no lo persiga. El salmo comienza con una súplica de protección. Inmediatamente expresa confianza en Aquel que es el único digno de confiar. El versículo 2 declara que Dios es su "Señor". El texto hebreo no emplea aquí la palabra Yahveh, sino Adonai, que significa "mi dueño", "mi señor" (3 CBA 671). Así, David expresa la felicidad del corazón humano cuando se entrega plenamente en sumisión a Dios, cuando el Señor es el dueño de nuestra vida.
Luego de esta afirmación de seguridad y confianza en Dios, el salmista declara su fe en la vida eterna. Pocos textos del Antiguo Testamento expresan con tanta claridad esta convicción: "Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción" (Sal. 16:9,10).
El Trono de Dios está en los cielos de los cielos, pero sus ojos te ven y sus oídos te escuchan (Sal. 11:4). Todo lo que te ocurre en este mundo está bajo la mirada de tu Señor. Así como dijo David, Jehová es "la porción de tu herencia y de tu copa" (Sal. 16:5).
Él, no las cosas materiales que puedas haber acumulado en tu vida, es tu verdadera herencia (ver Núm. 18:20). Él llena tu copa. Él es tu "suerte, tu destino" (ver Sal. 16:5, 6; 3 CBA 672).
Oración: Señor, nadie en la Tierra, sino tú, oh Dios.