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Otra vez aparece en David la idea de que Dios es la causa de sus males.
El sufrimiento en el mundo plantea un dilema que ha recorrido la historia de la Filosofía: o Dios es bueno pero no es todopoderoso; o es todopoderoso pero no es bueno (ver 3 CBA 736).
La Filosofía no tiene respuesta a tamaño dilema. Porque solo se guía por la realidad donada a la percepción sensorial y al razonamiento. ¡Y la realidad está llena de misterios!
Busquemos a Dios en la naturaleza. Cuando se trata de sobrevivir, las flores muestran todos los rasgos de un animal: cazan para alimentarse y se exhiben para reproducirse. Atraen a abejas, chinches y escarabajos para que transporten sus esporas, y les pagan con el polen. Y no solo seducen a los insectos, sino también a animales mayores: murciélagos, pájaros y zarigüeyas hacen la voluntad de las flores. Todo parece ser una gran sinfonía de armonía y belleza. Y creemos que allí podemos ver el amor de Dios. Pero también la naturaleza nos llena de confusión: el sol quema; las lluvias inundan aldeas y ciudades; la montaña elegante y bella eructa fuego. Los datos que nos ofrece el mundo exterior acerca del amor de Dios nos confunden.
Pero, más nos confundimos cuando nos sumergimos en el océano del alma humana: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" (Jer. 17:9). El ser humano es en sí mismo un misterio. ¡Por eso necesitamos la Palabra de Dios!
David, a diferencia de nosotros, no contaba con el Padre de Jesucristo. Nosotros, que hemos alcanzado el fin de los siglos, podemos leer la Escritura desde la revelación de la vida y la muerte de Jesús. Porque Cristo es la máxima revelación de Dios. Toda lectura de la Escritura, y particularmente del Antiguo Testamento, debe leerse bajo la clave de Jesús. ¡Para conocer al verdadero Dios! En Jesús se consúma la revelación del Padre: en él culmina el largo proceso histórico de la revelación divina. ¡Jesús es el Lucero de la mañana (ver 2 Ped. 1:19)! "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9). ¡Amo al Dios de Jesucristo! Él jamás nos consumirá con sus golpes.
Oración: Señor, tu gracia infinita me alienta cada día.