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Aquí, el espíritu de David llega a la cúspide de su única y gran convicción: "Sin ti no soy nada". Esta convicción es el mosto del fruto de una vida triturada y afligida. Su alma sufriente logra la victoria, alcanza la cima, como el sacrificado alpinista alcanza la máxima altura de la montaña.
Ahora, el mundo incierto, visto desde la cima, parece infinitamente más chico de lo que vemos cuando estamos sumergidos entre las cosas. David alcanza la visión eterna, de un futuro cuyas eras se contarán con la edad del Eterno. Sabe que para alcanzar esa eternidad solo necesita tener siempre a Dios en su corazón. El eco del texto de hoy se encuentra en las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Juan 6:68).
En primer lugar, en esta oración vemos un deseo profundo que, si no es satisfecho, puede convertirse en la mayor miseria del ser humano. La criatura desea al Creador. Nuestro corazón no descansa hasta que encuentra a Dios. El ser humano es el único ser que desea ser deseado. Ese deseo por Dios viene de Dios, que desea habitar en tu vida. Dios "ha puesto eternidad en [tu] corazón" (Ecl. 3:11).
En segundo lugar, vemos que el anhelo por Dios es el espíritu mismo de la religión. ¿No es este deseo profundo del alma, a saber, la admiración suprema, la aspiración y la posesión de Dios, solo Dios, lo que realmente hace que seamos religiosos? ¡Qué contraste hay entre esta religión y la que se agota en la práctica de una doctrina! ¡Solo este anhelo por Dios nos hace verdaderos creyentes!
En tercer lugar, este anhelo por Dios debilita los deseos mundanos: "Fuera de ti nada deseo en la tierra". Esta idea se completa cuando David mira mediante la fe a través del oscuro túnel de la muerte y alcanza la cima de la montaña que brilla desde la eternidad. Entonces, exclama: "La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre" (Sal. 73:26).
Escucha la voz más profunda de tu corazón. Es el deseo de Dios por ti, que te ayuda a vivir.
Oración: Señor, que tu voz jam ás se apague en mi alma.