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En su célebre obra El nombre de la rosa, Umberto Eco recoge la concepción religiosa medieval de la alegría. Lo expresa en la palabra del abad de un monasterio de aquella época, cuando declara: "La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho [...] algo inferior, amparo de los simples" (Eco, 380). Es la idea de que la alegría se opone a la devoción religiosa, de que es incompatible con la piedad.
¿Es correcto tal pensamiento? ¿Es acaso la alegría algo secular y destructivo? Un verdadero religioso ¿debería ser serio, severo y solemne? ¿Jamás debería manifestar un humor divertido y conductas de algarabía?
La Biblia no comparte esos conceptos medievales de actitud circunspecta que anida en iglesias silenciosas y sombrías. Al contrario, abunda en exhortaciones a la alegría, a experimentar el gozo, y describe el cielo como un lugar de júbilo y canto (Luc. 15:7,10; Apoc. 19:1-9).
"Los profesos cristianos que están siempre lamentándose, y parecen creer que la alegría y la felicidad fueran pecado, desconocen la religión verdadera. Los que solo se complacen en lo melancólico del mundo natural, que prefieren mirar hojas muertas a cortar hermosas flores vivas, que no ven belleza alguna en los altos montes ni en los valles cubiertos de verde césped, que cierran sus sentidos para no oír la alegre voz que les habla en la naturaleza, música siempre dulce para todo oído atento, los tales no están en Cristo. Se están preparando tristezas y tinieblas, cuando bien pudieran gozar de dicha, y la luz del Sol de justicia podría despuntar en sus corazones llevándoles salud en sus rayos" (MC194).
Cuando el estrés de la vida diaria te "seque los huesos", los Salmos y los himnos vendrán en tu ayuda. "El corazón alegre constituye buen remedio" (Prov. 17:22). El gozo en Cristo es el principio de la salud plena.
La gracia divina te ha alcanzado con el don de Jesús. Su compañía es tu alegría. No importa dónde estés, cómo estés ni quiénes te rodeen, tu corazón puede exhalar en oración silenciosa un canto de alabanza, de alegría, porque la gracia de Cristo jamás te abandona. Y tu "galardón es grande en los cielos" (Mat. 5:12).
Oración: Señor, te alabo con alegría por tu gracia poderosa.